ACERCAMIENTOS Galería de memoria vital. Apuntes en torno al libro Las siete cabritas de Elena Poniatowska | Nadia Contreras


Elena Poniatowska (París, Francia; 19 de mayo de 1932) cree en la memoria como capacidad cognitiva y paraíso documental. Las siete cabritas (Era, 2000), es un libro que recurre a esta última. La autora echa mano de entrevistas, cartas, obras, comentarios críticos, anécdotas y recuerdos personales, para configurar las biografías de Frida Kahlo, pintora; Nahui Olin, símbolo de la liberación femenina; Pita Amor, poeta; Rosario Castellanos, poeta y novelista; María Izquierdo, pintora; Elena Garro, novelista y cuentista; y Nellie Campobello, autora de textos extraordinarios sobre la Revolución Mexicana. Escribir un libro así, si pensamos en la construcción del personaje, lleva sus riesgos: 


a) Un dato mal acomodado o referenciado cambia el curso de la historia, deriva en una proyección errónea. 
b) Los datos reunidos, una vez interpretados y llevados a la hoja, deben hacerlo palpable, único, irrepetible.
c) Hacer de su contexto una casa en la que pueda ir y venir sin tropiezos. 
d) La dirección de la objetividad aún se enfatice una y otra vez el desacuerdo. 
e) El manejo de cada una de las historias, detalles, aventuras, registros de su cosmovisión. 

Poniatowska escribe un libro de mujeres intrépidas. Son cabras, no gatitas, no yeguas. Son bravas, bravísimas, aventadas, locas, centelleantes como “Las siete hermanas de la bóveda celeste”. Es a la vez un libro que pone en evidencia, por un lado, la historia de México, y por el otro, la lucha de las mujeres en una sociedad machista. 

       El tema de este libro es la ambición colérica de cada una, independientemente de la enfermedad, el desamor, el olvido. Aquí algunos ejemplos: 

a) “Todo lo pinté, mis labios, mis uñas rojo-sangre, mis párpados, mis orejas, mis pestañas, mis corsés, uno tras otro, mi nacimiento, mi sueño, mis dedos de los pies, mi desnudez, mi sangre, mi sangre, mi sangre, la sangre que salió de mi cuerpo y volvieron a meterme.” (Frida Kahlo)

b) Nahui no sólo era un relámpago verde sino una mujer culta que amaba el arte, hablaba de la teoría de la relatividad, habría discutido con Einstein de ser posible, tocaba el piano y componía, sabía juzgar una obra de arte y creía en Dios. “Eres Dios, ámame como a Dios, ámame como todos los dioses juntos.” 
c) Antonin Artaud vio el rojo predominante de los cuadros de María Izquierdo como “oscuro color del fuego. Sus pinturas no evocan un mundo en ruinas, sino un mundo que se está rehaciendo […] Toda su pintura se desarrolla en ese color de lava fría, con esa penumbra de volcán. Y esto es lo que le da carácter inquietante, único entre las pinturas de México: lleva el destello de un mundo en formación.”
d) Para Beatriz Espejo, Elena Garro “era una especie de hechicera o alquimista de las palabras. Tenía el don de la creación: todo lo que pasaba por su mente se convertía en literatura.” 
e) Marta Portal escribe en su libro Proceso narrativo de la revolución mexicana que Nellie Campobello “presenta una visión virgen de la revolución”. La propia Nellie lo dice claramente: “Yo tenía los ojos abiertos, mi espíritu volaba para encontrar imágenes de muertos, de fusilados; me gustaba oír aquellas narraciones de tragedia, me parecía verlo y oírlo todo.”

El libro también destaca el aspecto frágil, la vida llevada al límite, el desorden. En este sentido, la autora, que ha sido distinguida con numerosos premios, entre ellos el Premio Cervantes 2013, busca comprender los momentos que precipitan y desencadenan la creación. Los ejemplos son claros: Kahlo, por ejemplo, envuelta en un cuerpo que la traiciona y unida a Diego Rivera, su zapo-rana le pone los cuernos. Ella dice: “Yo soy la desintegración”. 

       Para Elena Garro la muerte es vivir para siempre. El enfrentamiento es contra ella misma: “A mí la vida me ha pegado mucho muy duro. Hay días difíciles y amargos. Los felices se van rápido y las desdichas te duran y duran y dices: ¿cuándo saldré de esto?”; “¿Con qué voy a pagar la cuenta?”; “Me roban, me atacan, no reconocen mis méritos, me odian, me quieren eliminar, me atosigan.” 
       Rosario Castellanos, es ejemplo aparte, su situación depresiva no la privó de trabajar y escribir. El desamor lo llevó a sus últimas consecuencias. Ricardo determinó en ella el efecto de susceptibilidad: “Nunca pensé que se pudiera necesitar tanto a nadie, como yo te necesito a ti”; “Hoy para entretenernos organizamos una diversión que nos tuvo ocupados toda la mañana: Raúl (su hermano) me rapó. Primero con unas tijeras; zas, afuera los mechones de pelo: luego, con otras tijeras más finas, cortarlo hasta dejarlo pequeñito. Por último con la máquina de afeitar. Me dejó la cabeza reluciente, pulida, lisa.” Rosario Castellanos se revalora y finalmente “en un acto de autoestima, se separa y pide el divorcio.”       
       Poniatowska escribe para denunciar, para agitar conciencias y recuperar la memoria por la que apuesta. Su literatura es un discurso que viene del pueblo y se dirige a él. Sin cometer errores retribuye lo que éste le brinda. En el discurso que pronunció al recibir el Premio Cervantes, entregado el 23 de abril del 2014 en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares (Madrid, España) dice: “desde 1953, aparecieron en la ciudad muchos personajes de a pie semejantes a los que don Quijote y su fiel escudero encuentran en su camino, un barbero, un cuidador de cabras [...]. Antes, en México, el cartero traía uniforme cepillado y gorra azul y ahora ya ni se anuncia con su silbato, solo avienta bajo la puerta la correspondencia que saca de su desvencijada mochila”; “el poder financiero manda no sólo en México sino en el mundo. Los que lo resisten, montados en Rocinante y seguidos por Sancho Panza son cada vez menos. Me enorgullece caminar al lado de los ilusos, los destartalados, los candorosos.”
       La autora de Tinísima (Era, 1993) y Leonora  (Seix Barral, 2011) entre otros libros, reconstruye hechos, recuerdos precisos, conversaciones en diferentes entornos. Tomo varios ejemplos: “Pita Amor, pudo participar de la vida artística de México gracias a su hermana Carito, colaboradora de Carlos Chávez y fundadora de la Galería de Arte Mexicano […] A esta galería, acondicionada en el sótano de la casa de los Amor, llegaron Orozco, Rivera, Siqueiros, Julio Castellanos y la joven Pita se hizo amiga de Juan Soriano, Roberto Montenegro, Antonio Peláez”; “México es un cohete al aire, irradia luz. Nadie en Europa permanece indiferente a las nuevas culturas escondidas dentro de la jungla americana. Los arqueólogos no pueden creer que, bajo los árboles, las pirámides se multipliquen. Mesoamérica podría ser la Grecia del Nuevo Continente”; “En las dependencias oficiales los indígenas venidos desde su tierra esperaban horas, días semanas, durmiendo en la calle […] Elena Garro se indignó y se convirtió en su defensora y les exigió a gobernadores, banqueros, a terratenientes la devolución de las hectáreas de tierra que les habían expropiado para construir sus casas de campo con alberca en Cuernavaca”; “Nellie Campobello vivió la revolución, fue parte de ella, conoció la indignación, tuvo arranques de cólera frente a la injusticia, dividió el mundo entre buenos y malos.”
       México ha cambiado, en cierta forma. No hace falta mirar con atención para descubrir la inconformidad en rostros y manos. El término “inconformidad” queda corto. A diferencia de la literatura (retomo aquí una frase de Antonio Muñoz Molina) que nace de lo no visto y se cuenta como si se tuviera delante de los ojos, Poniatowska mira y vive lo escrito. Por ello, su memoria es tan fiel a los acontecimientos. Queda claro, cuando se concluye la lectura del libro, que el futuro no tiene sentido si el pasado está fuera de nuestro conocimiento. El presente, por esta misma circunstancia, es irrelevante. 



Las siete cabritas
Elena Poniatowska
Ed. Era. 
México, 2000
Págs. 177

También pueden leer este texto en la revista Timonel, Núm. 13, mayo 2014, págs, 28-29.