Gustave Flaubert (Francia, 1821-1880) fue hijo de un médico. Inició la carrera de Derecho, misma que abandonó al poco tiempo por problemas de salud. Esta circunstancia le animó a dedicar el resto de sus días a la literatura. En 1857 salió a la luz su primera novela, Madame Bovary, que provocó que fuera acusado, junto con su editor, de publicar contenidos inmorales, aunque finalmente fue absuelto por los tribunales. El escándalo que desató la demanda de inmoralidad hizo que su lanzamiento se detuviera por algún tiempo, pero como suele suceder en estos casos, la censura ayudó a acrecentar rápidamente al número de lectores. La novela ha pasado a la historia como una de las grandes obras de la literatura.
En Madame Bovary, Flaubert relata las vivencias de
una mujer insatisfecha en su matrimonio y cómo esta circunstancia la lleva a
tener aventuras amorosas extramaritales. La descripción del ambiente rural y el
profundo análisis que realiza de los personajes completa el argumento de este
drama. Flaubert también escribió Salambó en 1863 y La Tentación de
San Antonio en 1874, entre otras obras. Flaubert experimentó un cariño sin
límite por su criada y lo expresó en su novela Un corazón sencillo.
El perfecto dominio de la lengua hace que a Gustave
Flaubert se le considere una figura magistral dentro de la literatura francesa.
Otras de sus obras son: Diccionario de prejuicios, donde ordenó un
número considerable de palabras con intención de mostrar que el uso que hace de
ellas no necesariamente es el correcto, y demuestra que las opiniones de la
mayoría terminan aprobándose. Otro es Estupidario, que es una
recopilación de frases y citas que ponen en evidencia la vacuidad y estupidez
del saber humano; presenta juicios sobre historia, arte y afirmaciones sobre el
efecto nocivo de las novelas en las mujeres (dicha aseveración la repite en Madame Bovary), y comentarios sobre
algunas enfermedades como la ninfomanía. Otra obra que habla de la estupidez
del hombre es Bouvard y Pécuchet. Un escritor obsesionado por la idiocia
humana.
Madame Bovary
se puede encontrar en casi cualquier idioma, sin embargo, tanto en el inglés,
como en el español y el italiano, la novela sigue siendo “Madame” en lugar de
mistress, señora o madona. Sí, los traductores no traducen el título, lo dejan
igual que el original, y hacen bien, porque Emma Bovary no puede ser otra cosa
más que una gran “madam”: Madame Bovary.
La más famosa novela de Flaubert es para muchos un
tratado de la infidelidad femenina y de suicidio, y es verdad, pero Madame
Bovary es mucho más que eso. Es también un tratado de comida. Puedo
asegurar esto porque tuve cuidado de anotar cada vez que hace menciones
culinarias en su narración. Encontré que, en promedio, cada tres páginas hace
una alusión al arte gastronómico. De allí el nombre de “Gourmet
literario” en este ensayo. La primera mención que llamó mi atención fue en la
boda de los Bovary, Carlos y Emma. Vaya manera de describir la comida: “Habían
instalado la mesa bajo el cobertizo de las carretas. En ella cuatro solomillos
asados, seis sartenadas de pollo, cazuelas de estofado de vaca y guisado de
carnero, y en medio hermosos cochinillos asados, [...] las copas estaban llenas
de vino hasta los bordes. Fuentes de crema amarilla que temblaban al más ligero
movimiento de la mesa…”, y se sigue con los postres. De verdad que si uno no
tiene el estómago lleno, la lectura de esta obra estimulará con mucha
frecuencia la secreción gástrica, y si no se satisfacen tales apetitos acabará
uno teniendo una buena gastritis. Otra de las descripciones de sabor es cuando
presenta las exquisiteces en una fiesta de gala a la que acuden los esposos Bovary
(que para desgracia del infeliz Carlos, médico de pueblo, solamente sirve de
detonante para que a Emma Bovary, su esposa, le parezca muy poca cosa la vida
junto a él). La misma descripción sazonada con vinos y grandes viandas aparece
en La Tentación de San Antonio. Y sí que lo hace cuando la tentación es
uno de los pecados capitales llamado gula.
Son pocos los minutos que se necesitan para que el lector
desarrolle una adicción por Flaubert, tanto, que al terminar de leer su primera
novela me invadió una sensación de abandono. Sufriendo nos deja Flaubert a los
lectores que terminamos Madame Bovary.
Padecemos por la muerte de los seres tan entrañables que nos regala. A esta
extraña adicción a Madame Bovary se refiere Mario Vargas Llosa en La
orgía perpetua, que quizá sea el más completo ensayo que se haya escrito
sobre esta novela (después, por supuesto, de El idiota de la familia, de
Jean Paul Sartre), donde expresa: “Desde las primeras líneas el poder de
persuasión del libro operó en mi de manera fulminante, como un hechizo
poderoso”.
Me gusta observar los retratos de los autores, y aunque
en esas imágenes de poses cuidadas se puede decir que tratan de ocultar parte
de su verdadera cara, siempre son reveladoras. En el caso de los retratos de
este escritor francés, es posible concluir que realmente era un hombre muy
afecto a la comida; robusto, de gesto hosco con ptosis palpebral (signo
característico de la enfermedad de los músculos cansados conocida como
miastenia gravis), o sea de la imposibilidad de levantar los párpados en su
totalidad, por lo que siempre aparece con una mirada gacha. Aunque no se tienen
muy claras las enfermedades que padeció, se sabe que desde muy joven sufría de
convulsiones. También en varias biografías aseguran que estaba enfermo de
sífilis. Y se le atribuye que su genialidad le vino en gran parte por la locura
que le provocó la sífilis terciaria, algo muy cuestionable; y se dice lo mismo
de varios genios sifilíticos, como Joyce, Daudet o Baudelaire. En la
correspondencia con su amante Luisa Colet recrea su enfermedad: “Es extraño
cómo mis canales se tapan, cómo todas mis llagas se cierran oponiendo un dique
a las olas interiores. El pus cae adentro. Que nadie advierta el olor es todo
lo que pido. Y tú, pobre querida, ¿curan tus llagas? Si soy yo quien las abrió,
¡ah, no poder besarlas para demostrarte al menos que verlas me hace sufrir! Pronto
iré a París. Por un día, un solo día. ¿Me recibirás? ¿Querrás encontrarte
conmigo?”. No obstante, no se tiene la certeza si estaba hablando
metafóricamente sobre su dolor moral.
Madame Bovary
es la historia de una mujer de pueblo, pero culta, que se casa nada más porque
sí con un hombre mediocre, un médico pazguato (al que le va muy bien la frase:
“El que sólo sabe de medicina, ni medicina sabe”). Yo llegué a sentir pena por
el médico apocado, al que desde su entrada Flaubert le da un tratamiento de papanatas
y tímido, y así lo expone: “Era una de esas pobres cosas cuya muda fealdad
tiene profundidades de expresión como el rostro de un imbécil”. El hombre sin
sensibilidad que no se entera que su esposa se aburre con él, que está
imposibilitado para captar la frustración de su mujer, pues “la creía feliz,
cuando su mujer empezaba a odiarle”. Emma, a la que todo el pueblo le parece
poca cosa, ya que creía “que ciertos lugares eran propicios para la felicidad”.
Emma Bovary se da cuenta de lo ordinario del marido cuando ella soñaba con un
hombre de finos modales y sabio, pues “¿no debía un hombre conocerlo todo?”
Flaubert habla de toda la sociedad. De los artistas
asegura: “Porque los grandes artistas encienden una vela a Dios y otra al
diablo”. Habla de todos, y no pueden faltar los sacerdotes, a quienes critica:
“Todos ellos se la pasan la vida empinando el codo [...] son unos farsantes que
comen mejor que nosotros”.
En esta novela cada uno de los personajes hace su papel a
la perfección. La suegra de Emma Bovary es la clásica mujer metiche: “Le ofende
la felicidad de su hijo con su mujer”. Por eso suegra y nuera se odian. La
vieja señora Bovary aborrece que su nuera lea novelas y obliga a su hijo a
prohibírselas; le pide que deje de leerlas porque la pervierten.
Emma Bovary, la
presencia de la pasión. La fogosidad desbordada que se vierte en dos
amantes ¾Rodolfo y León¾. Me decepcionó un poco la
conducta de Emma Bovary porque no logra que sus amantes la amen, excepto su
esposo. ¿Será porque se vuelve absurdamente posesiva?
Gustave Flaubert sabe perfectamente que no es verdad el
dicho que asevera que: “a las palabras se las lleva el viento”, por eso trabaja
arduamente en ellas. Bien dice que no existen sinónimos, sino la palabra exacta
para lo que haya que expresar. Escritor tenaz que podía trabajar horas y horas
sin parar, mantuvo correspondencia con grandes escritores, como Aurore Dupon,
la primera mujer que usó pantalones, mejor conocida como George Sand, la amante
del músico Federico Chopin, y de la que dijo en su funeral: “Murió un gran
hombre”. En contra, se podría decir que él también fue una gran mujer, ya que
aseguraba que “Hay cien mil mujeres que quieren ser Madame Bovary: Yo soy Madame
Bovary”.
También se carteaba con Víctor Hugo y con el ruso Iván
Turguéniev; a éste último le enviaba su opinión sobre alguna de sus obras:
“Para calificar su última obra no encuentro otra palabra que ésta. Que es muy
tonta: encantadora”. Donde además expresa la importancia del saber, sí, pero
también de tener la capacidad de transmitirlo: “Sabe Ud. mucho de la vida, mi
querido amigo, y sabe Ud. decir eso que sabe, lo que ya es más raro”.
Después de leer a Madame Bovary continué con otra
obra de Flaubert: La Tentación de San Antonio, con la que una se siente
verdaderamente extraña, pues la ambientación es muy diferente a la novela. Se
trata de una obra mucho más complicada donde hay necesidad de conocimientos
previos, pues habla de ciencia y mezcla varias mitologías. Igual da cuenta de
los dioses griegos que a Buda o a Cristo.
Es la historia del ermitaño, mejor dicho, anacoreta, que
es el hombre que renuncia a todo para encontrar la esencia de la vida. Plantea
principalmente los problemas existenciales de siempre: quiénes somos, qué es lo
realmente importante, y hacia dónde vamos.
Se ha dicho que El Retrato de Dorian Gray es el Fausto inglés, e igualmente se dice que La
tentación de San Antonio es el Fausto
francés. Pero a mí la obra de Flaubert me recordó más a La divina comedia
de Dante, por el lenguaje, la estructura y los siete círculos de los pecados
capitales (lujuria, pereza, gula, ira, envidia, codicia, soberbia), que por
cierto, para seguir con la obsesión que Flaubert tenía con la comida, la
primera tentación de Antonio son los manjares, es decir, la gula.
La relación con Fausto
es más bien por la presencia del ser maligno, el antagónico de Dios. A Fausto le llega un enviado del “maligno”
llamado Mefistófeles, a Antonio, en cambio, se le presenta el mismísimo diablo.
Las dos narraciones están escritas como obras de teatro, a diferencia de El
retrato de Dorian Gray, que es una novela. Considero que se parecen más
entre sí Fausto, La tentación de San Antonio y La divina comedia;
en las tres existen cuestionamientos religiosos (principalmente bíblicos), y en
las tres concurren cuestionamientos científicos.
Angélica López Gándara. Autora del libro El peor de los pecados, es colaboradora permanente de la revista Siglo Nuevo, suplemento del periódico El Siglo de Torreón, donde también se ha desempeñado como editorialista. Ha publicado sus textos en las revistas Estepa del Nazas, La Manzana Cultural de Veracruz, Intermezzo, Edukt y Acequias, al igual que en los libros colectivos Enseñanza Superior, Voces del desierto, Sinfonía a dos voces, Cien puertas de Torreón y Coral para Enriqueta Ochoa. Obtuvo el Premio Estatal de Periodismo Cultural "Armando Fuentes Aguirre", en el 2000 y 2015. Ha participado en diferentes foros literarios y culturales de la región, como presentadora de libros y conferencista, principalmente; de igual forma ha colaborado con las principales instituciones culturales de la Comarca Lagunera.
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