ACERCAMIENTOS Linderos de la Realidad Borrosa | Luis Bugarini



Admiren la pasarela de la Realidad Borrosa, que carece de forma definitiva y sin embargo la busca. El juego de siluetas es uno de sus deleites más sublimes. En sus dominios todo puede aspirar a ser lo que jamás ha sido y no será posible opinar lo contrario. Si bien, a decir George Steiner, el tiempo actual padece cierta nostalgia del absoluto, esta idea se presenta como una novedosa manera de interpretar la experiencia —desde cualquier ámbito imaginable—, meditada desde el filo de una navaja, amenazante pero también discreta. Se escurre ante cualquier intento de fijarla en principios ya que su naturaleza es airosa y múltiple. En sus linderos, la demasiada luz termina en incendio y los espejos, a la manera de la trilogía órfica de Jean Cocteau, abren veredas inusitadas.
Lejos quedan los clarines que profetizaron el fin de la Historia: en tanto haya sustancia histórica que actúe y registre habrá hechos dignos de recordar. Dicha entelequia aceptaría el concepto de dios —como cualquier otro—, y éste figuraría como un emborronamiento primario. En sus dominios lo mismo el ser que los objetos del mundo se manifiestan indefinidos: simulan una masa amorfa. Por tanto, se expresa como un cóctel en donde maridan todos los tiempos: lo mismo caben los presocráticos que la tesis doctoral que se escribe en el think tank de moda. Sus límites siempre imprecisos —borrosos, al fin— serán determinados por todos y cada uno de los individuos que decidan abandonar el mástil de la verdad y la Última Palabra, para integrarse a colaborar en la celebración de este solipsismo, que no es tal. O si lo constituye, también será borroso, por lo que no aplica la descalificación.

           La vaguedad y la feliz contradicción laten en el centro de esta novedosa interpretación de los fenómenos, que tiende la mano al dogma, a la superstición y a los mitos instantáneos de la vida pop. Esta idea, en resumen, le tiende la mano o cualquier fantasmagoría con forma de mano, si es que es el humor de la hora, pues para fortuna de todos los adherentes, se pierde la fiebre de poseer la verdad. Es la opción de sistema posmoderno, abierto a cualquier individuo capaz de hilar dos imágenes divergentes, sean suyas o prestadas. Al igual que alguien dijera de la novela, todo cabe en su interior. Imaginar sus límites es vislumbrar un confín, mecido tras la bruma. Es el Finisterre con apariencia de nota mental que vaga.

            Adoptar esta Realidad equivale a amanecer con una lagaña densa y perturbadora. De esa que se pega a las pestañas y nos hace saber su fuerza. Y aun cuando al final suelta, lastima los párpados. O también se percibe como una mirada de más de siete dioptrías. Vislumbrar tras el cendal es, también, sorprenderse ante las fronteras personales. “Seré quien disuelva tus últimas certezas. Si es que aún las tienes”, parece decirnos uno de sus preceptos más célebres. A lo que un feligrés recién llegado podría referir: “Seré quien te haga descubrir que nada importa. Empezando por estas palabras que lo enuncian”. Este pensamiento refiere que cualquier concepto que resuma un fenómeno es una explicación cómoda y precaria, pues vivimos bajo la dictadura de lo transitorio y el dictamen de Heráclito seguirá vigente hasta el fin de los tiempos.
Porque la espiral es la forma que nos define y nadie aspira a la vida eterna. Todo lo que se enuncia como verdad es apenas una asociación de hechos probables. Jamás irrefutables. Y acaso esta sea la única verdad. Chejov, por ejemplo, estornudó cuatro veces después de leer el Eclesiastés porque le pareció un libro borroso, según consta en una carta. Esto es el coro de una ninfa, cantándonos al oído. Interesa a su explicación que los cátaros consideraban que los juramentos eran un pecado, puesto que ligaban a las personas con el mundo material. En el amplio espectro de esta idea es posible declararse panteísta ex nihiloMemento el lema de las SS: Meine Ehre heißt Treue, que traducido dice “Mi honor es la lealtad”. Esta conjetura, nada más escrita, se disuelve. Por poner un caso, cualquier caminante puede ser Alejandro Magno —y no saberlo ni él mismo—. Robert Walser descubrió, durante un paseo por la campiña de los Alpes, misterios de la Realidad Borrosa. Único caso suizo, a decir de Carl Seelig. También lo hizo Philip K. Dick y la denominó VALIS. Privilegio singular: la felicidad es posible en esta figuración de ideas, o cualquier otro estado que se opte por vivir.
Conviene la luminiscencia, es cierto, pero dosificada y circunscrita—al final, será fuente de forma—. Recordemos que dicha imagen, sin ser devota de la negrura, exige apartarse de la luz, pues su naturaleza es cegar y fijar límites. Uno se acoge a su manto para diluir la perfección, paso previo al deslinde de fronteras. Porque todos los objetos zurcen una sola continuidad y es “inútil decretar la culminación de cada uno como unidad indisoluble”, según principios gnósticos. Adepta de la perpetua metamorfosis, ignora su propio rostro, de tenerlo… Al final, no existe la obligación de continuar siendo idénticos a cada momento, pues los días más nítidos son los más nublados.

La luz, al final, obstruye la percepción.



Del libro Fisuras (Ivec/Conaculta, 2015) 




Foto tomada de Gaceta frontal

Luis Bugarini (ciudad de México, 1978) es escritor y crítico literario. Realizó estudios de Derecho y Letras hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), cursó el diplomado en la Escuela Dinámica de Escritores (EDDE) y el certificado en Teoría Crítica del Instituto 17. Textos suyos han aparecido en suplementos culturales del país —El ÁngelPerformanceLa Nave, Crónica Cultural—, en revistas electrónicas —AedaeSpiral—, y en impresas como Letras Libres, Istor, Replicante, La Tempestad y Nexos, de la que es colaborador regular desde 2006, y en donde alimenta un blog de autor hospedado en el sitio web de la revista: Asidero NexosEs autor de la trilogía novelística Europa, integrada por Estación Varsovia, Perros de París Memoria de Franz Müller, entre otros títulos.


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