CUENTO Érase un rostro | Marcia Ramos

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La bufanda color morado envuelve el cuello repleto de cicatrices, no hay un solo silencio adentro de su cabeza después de su ausencia.
        Era invierno, el frio envolvía la ropa y la casa en su totalidad, el único fuego que se podía mantener caliente eran las palabras de él acusándola de todo. Su vida desperdiciada con una mujer estéril, su vida con una muñeca incapaz de satisfacer todos sus deseos, una mujer sin talento alguno, una mujer que podría vivir con una pierna rota todo el tiempo a causa de su deseo. Ella sintió una rasquera que penetraba su espalda lentamente, pero no dijo nada, se quedo callada como muchas otras veces. Lo había conocido en su etapa de universitaria cuando cantaba las canciones de Janis y fumaba opio para no enfrentarse a los deberes de un género no proporcional a su conciencia.
       Se dirigió a la cocina mientras sostenía con una mano la frente y pensaba en todas las noches que acusó a su madre por ser débil. Empezó a revolver las verduras finamente cortadas como si fueran continentes que se le escaparon de las manos. Echó una mirada a toda la casa: las cortinas recogidas con un listón de encaje, el sillón hacia un perfecto ángulo, los platos y cucharas brillaban y se dio cuenta: había más vida en esa casa que en su propio cuerpo. Un pequeño sollozo se convirtió en un llanto por todos los años que permaneció dormida.
        Él creció cerca de un lago, viendo a su madre matar gallinas por el pescuezo, torciéndolas para después desplumarlas. Su padre, era un hombre trabajador que le gustaba beber mientras contemplaba el cielo. En la universidad conoció muchas mujeres bellas, pero no fue hasta que deslizó su mano debajo del corpiño de Marcela, que descubrió su deseo por encamarse con ella toda su vida.
        No era la primera vez que la veía llorar, la arrastró por todo el piso mientras golpeaba su cara con los muebles, para darle verdaderos motivos como le dijo, ella comenzó a sentir algo más que lastima y amor. Un sentimiento se gestó desde antes de su partida a la guerra, una que nadie conocía más los que iban a Afganistán. Algo que ella no reconoció fácilmente, pero que estaba allí, a veces hablándole, dirigiéndole palabras que intentaban ser sabías.
        Logró incorporarse y regresar a la cocina, terminó de azar la carne. Mientras acomodaba la comida en el plato, su rostro se desbarataba, la piel seca caía como si fuera una mascarilla de arcilla que resbalaba. Sus dedos avanzaron por la frente hasta llegar a la barbilla y reconocieron una piel más joven y lisa, casi igual de perfecta como en su juventud. Lanzó un suspiro, convencida tomó con fuerza el plato que iba dirigido a él, se sentó a su lado y observó como daba pequeñas mordidas a la carne mientras hacia una mueca de aprobación y un silencio ante la falta de hambre de ella.
        Limpió el plato, bebió con una sed que iba más allá de todas las noches que la había dejado golpeada en el respaldo del sillón. De pronto, su cuerpo comenzó a convulsionar, una gran espuma color blanca empezó a hervir en su boca, los ojos horrorizados la miraban mientras las manos hacían un gesto de auxilio y no lograba articular algo que no fueran vocales. Dejó de moverse, ella abrazó su cuerpo por última vez y cargó sus maletas hechas afuera de la casa.



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Marcia Ramos Lozoya  Ha publicado cuentos, poemas, minificciones, crónicas y ensayo en diversas antologías, medios impresos y paginas web. Estudió el Diplomado en Creación Literaria en la Casa de Estudios de posgrado Sor Juana. Fue publicada en las páginas web La imaginación en MéxicoCírculo de poesía y Revista Órfico. Actualmente publica su novela en formato de minificciones llamada Brevedad Infinita y  en su blogger Historias de una mente fragmentada. Es maestra de Literatura mexicana, Gramática Española y Gestión de la información en universidades. Estudia una Maestría en Educación. 

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