LETRONAUTA La fórmula de la vida | Wilberto Palomares


"En todo triángulo rectángulo, el cuadrado de la longitud de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de las respectivas longitudes de los catetos".

"En toda reacción química, la masa se conserva, esto es, la masa total de los reactivos es igual a la masa total de los productos".

"Todo cuerpo sumergido en un fluido experimenta un empuje vertical y hacia arriba igual al peso de fluido desalojado".

"En los triángulos rectángulos el cuadrado del lado opuesto al ángulo recto es igual a la suma de los cuadrados de los lados que comprenden el ángulo recto".

 "E=MC2 donde "E" es energía, "m" es masa y "c" es la velocidad de la luz. La velocidad de la luz, "c" es realmente una constante"...

¿Quién no recuerda estos enunciados? Seguidos de explicaciones largas y monótonas, números, operaciones matemáticas, indicaciones para manejar tubos de ensayo y lecturas de libros impresos en la década de los 60.

Cuando nuestra vida escolar inicia (a la tempranísima edad de seis años) quedamos bajo la tutela del sistema educativo que decide qué debemos aprender para convertirnos en buenos y productivos ciudadanos (a la tardía edad de 25 años).

Al principio nos enseñan a pintar sin salirnos de la rayita, nos enseñan las letras una por una desde la A hasta la Z, nos presentan los números y a hacer magia con ellos: sumarlos, restarlos, multiplicarlos y dividirlos, y nos enseñan a leer, a darle significado a montones de letras y palabras. Todo es maravilloso. Un mundo de infinitas posibilidades se abre ante nuestros ojos.

Pero entonces empiezan los problemas. Ya no basta con sumar números, ahora hay que fraccionarlos. Las palabras toman significados desconocidos, como "fotosíntesis" "Pangea" y "cenozoico", hay que aprender de agricultura, historia y ecología, la leyenda del escudo nacional y memorizar los más de 80 versos del himno nacional.

Y al creer cuando no hay más espacio en tu cerebro, llega la tabla periódica de los elementos, con sus gases nobles, sus metales y metaloides, sus lantánidos y actínidos. Y no hay que olvidar a las matemáticas, que ya no se llaman matemáticas. No se trata de dibujar triángulos y sumar sus ángulos internos. Las matemáticas se llaman cálculo ahora, y hay que saber diferenciar el seno del coseno y tener cuidado de no tropezar con la hipotenusa.

Se nos dieron fechas, números, fórmulas químicas y leyes físicas, nombres y lugares para memorizarlos, bajo la promesa de que algún día, en nuestra vida diaria aplicaríamos todo ese conocimiento.

El sistema educativo, complacido de nosotros, su producto final, no se da cuenta de que no nos ha enseñado lo importante, lo ha pasado por alto. No nos enseñó a tener ideas, a confiar en ellas y seguirlas. No nos dijo que se puede vivir más allá de las líneas de producción automatizadas de las grandes transnacionales. Guardó silencio cuando le preguntaron por el significado de “emprendedor”, “artista” o “revolucionario”.

Al sistema educativo se le olvidó enseñarnos lo importante, se le olvidó enseñarnos a enfrentar la vida. El principio de Arquímedes de nada sirve cuando llevas siete meses desempleado (desde que te graduaste con honores), la física cuántica que permite viajar en el tiempo y atravesar el Universo es inútil cuando enfermas y no tienes seguro médico, el seno no ayuda a llenarle el tanque de gasolina a tu auto ni el coseno coopera para que pagues el taxi, y la hipotenusa… a esa mejor ni la buscamos.

Al sistema educativo se le olvidó enseñarnos lo importante, o tal vez no. Tal vez se enorgullece de vernos capaces de integrar una ecuación, pero sin entender cómo integrarnos nosotros mismos con los demás, como un todo, sin entender que en lugar de 120 millones de mexicanos somos uno solo.

Porque los cuerpos en reposo tienden a mantenerse en reposo, porque el agua hierve a los 100 grados y se congela al descender hasta 0, porque un ángulo recto mide 90 grados si no, es cualquier cosa menos un ángulo recto, porque E=MC2, siempre E=MC2.

Al sistema educativo se le olvidó enseñarnos lo importante, o tal vez no.


WILBERTO PALOMARES. Autor del libro Supervisor de nubes, publicado en febrero de 2015 por el CONACULTA. Finalista del concurso de poesía "Vientos de octubre" en España en el año 2011. Egresado del taller de creación literaria "Cuentos" impartido por el reconocido escritor y compositor Armando Vega-Gil y del taller "D Generación Literaria" impartido por Agustín Benítez Ochoa. Dramaturgo de los unipersonales “Dijo que se quedaría... y le creí” y “Loca de amor”. Autor de al menos 70 cuentos y tres novelas. Actualmente trabaja en su cuarta novela La noche de los girasoles y en la antología poética De vaqueros, trenes y poetas.

Ilustración | Mario Buela 

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