PROSA ¿Hipérbole? o ¿Cómo erradicar la hambruna en las escuelas? | Armando Rivera

Tras más de media hora de espera bajo el sol, apareció en escena la camioneta del alcalde. Llegó escoltado por otros autos, quizá para evitar cualquier intento suicida-homicida por alguno de los niños de la escuela primaria en la que se dieron cita para inaugurar una cancha de basquetbol.
    El señor Z, alcalde de A, mi ciudad, bajó de su camioneta y al instante su rostro fue  capturado por las cámaras fotográficas. Todos los invitados de honor tomaron sus asientos, no sin antes saludar de mano a cada uno de los asistentes y recibir sus respectivos aplausos.
    Al lado de las sillas donde estaban los invitados había un pequeño micrófono. Una muchacha de no muy buen parecer y peor voz que subió y se puso frente a él, dijo:
    –Estimados asistentes, bienvenidos sean todos ustedes a este gran día, en el que la presencia de tan distinguidas personalidades engalana nuestra escuela.
    Luego pasó a decir cuál era la razón de su asistencia y quiénes los beneficiarios de la obra. El momento que todos esperaban llegó cuando mencionó que cedía la palabra al presidente municipal.
    –Buenos días –dijo Z al tomar el micrófono y, por lo tanto, después de esas ovaciones que parecen interminables–. Buenos días tengan ustedes. Quiero, antes que cualquier otra cosa, saludar fraternalmente a mi compañero, mi amigo, el director de esta escuela, el doctor en pedagogía X. Claro, también, expresar mi agradecimiento al secretario de educación del municipio, el licenciado V. Demostrarle del mismo modo todo mi aprecio al licenciado en educación física y secretario del deporte W. Pero por mencionarlo al último, quiero dejar constancia de que no es menos importante la presencia del secretario de construcciones, el ingeniero Y, quien siempre me ha demostrado su apoyo incondicional.
    Terminó su discurso y se dirigió a su asiento. Hubo aplausos hasta que la muchacha que presidía mencionó que era el turno de hablar de V.
    –Gracias. Primeramente –dijo, y con la mano extendida, cuya palma se dirigía a él mismo, volteó hacia el alcalde– quisiera regresar el saludo a mi amigo y colega, compañero de mil batallas, al ciudadano alcalde licenciado en derecho y ciencia política Z, quien siempre me ha demostrado todo su apoyo –se detuvo y carraspeó tras acomodarse los anteojos–. Aprovecho la oportunidad para mandar otro cálido saludo al director de la escuela, el doctor en pedagogía y maestro X. No quiero, tampoco, dejar de lado la oportunidad de enviarle un afectuoso abrazo al director del deporte, el licenciado en educación física W. Y que me disculpe por dejarlo al final, pero que se entere que tiene todo mi respeto y admiración el secretario de construcciones, el señor ingeniero civil Y, quien nos favorece hoy con su presencia.
    Una a una, las tres personalidades restantes pasaron y dijeron un discurso cuyas palabras sólo diferían en la posición en la que colocaban a los otros. Me dediqué durante todo ese tiempo a tomar notas y sacar algunas fotografías. El acto finalizó con el listón rojo cortado por unas tijeras ridículamente grandes. El encargado de hacerlo fue el alcalde Z. Fotografías y más fotografías. Saludos y fotografías. Después, todos los reporteros corrimos tras el alcalde para arrebatarle alguna declaración que pudiera ser de utilidad para la nota del día o tal vez una posterior: algún secreto revelador, una injuria o palabra mal pronunciada. Cualquier cosa serviría.
    –Solamente quisiera agregar –dijo cuando ya había sido rodeado por todas las grabadoras y las cámaras de televisión– el agradecimiento al doctor en pedagogía y director de esta escuela: X. También a los secretarios de construcción y deporte, al ingeniero civil Y y al licenciado en educación física W.
    –¿Y el secretario V? –preguntó una voz de por ahí.
    –Entrañable persona. También a él extenderle mis saludos, a mi cercano amigo el ciudadano secretario en educación licenciado en pedagogía V.
    Cuando acabó de hablar fue cobijado por una muralla de guardaespaldas y subió a su camioneta para desaparecer.
    Minutos más tarde llegué al periódico y de mis apuntes estructuré un texto débil. Se lo entregué con vergüenza a mi director de información. Lo reprobó con la mirada y me dijo que ya vería qué podría hacer con él. Al día siguiente vi la noticia en diferentes medios. Todos destacaban la elocuencia del alcalde y mostraban las cifras que mencionó durante su discurso, no exento de citas a otros políticos de renombre. Al revisar la publicación de la mía, vi que la habían titulado de la siguiente manera: “'Erradicaremos la hambruna en las escuelas': Z”

ARMANDO RIVERA ROCHA nació en Gómez Palacio, Durango, en 1991. Egresó de la licenciatura en Ciencias y técnicas de la comunicación en la Universidad Autónoma de Durango. Obtuvo una mención honorífica en el Concurso 44 de la revista Punto de Partida, de la UNAM, en la categoría de cuento. Fue becario para el Festival Cultural Los signos en rotación, del ISSSTE, en el área de narrativa, e incluido la antología Horizontes de sol y polvo, panorama del cuento joven lagunero, publicado por la Secretaría de Cultura de Coahuila.


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