BLANCO Del ojo hasta la memoria. Donde el tacto, de Fernando Carrera | Daniel Medina


Uno de los poemas más hermosos del volumen es "El niño descubre el fuego", poema en prosa que, desde la perspectiva de un infante, da muestra del conocimiento del mundo a partir de la experiencia propia, de los olores y tactos de la vida diaria.

Para Alexander Search, uno de los heterónimos más interesantes y completos de Pessoa, el ojo humano es el conducto esencial para conectar al mundo con el cerebro, es decir, las cosas aterrizan en el ojo y se convierten en memoria acumulada, en una especie de materia luminosa y cantable. Retomo estos versos suyos: “En un salón en reposo / mis ojos encontraron…”, “veo tus ojos sobre / una sombra…”, y por supuesto: “Los ojos son cosas extrañas. / El significado en ellos se convierte en vida”.
         Regreso a los versos anteriores para contextualizar mi lectura de Donde el tacto (“Là où le toucher” segunda edición bilingüe, Mantis Editores-Écrits des Forges, 2015), de Fernando Carrera. Si bien podemos hablar de Horacio y Aristóteles, así como de un enorme etcétera para referirnos a varias ideas que rondan este libro, creo que las cosas se encuentran más en lo poético que en cualquier otra referencia. En primer lugar, este libro nos ofrece posibilidades de lectura desde su título: “Donde el tacto”, que podemos leer como el sitio en que se encuentra el tacto y, por tanto, el sitio en que estos poemas se desarrollan; o bien “Don del tacto”, donde los sentidos se presentan como habilidad que trasciende la sencillez, cosa que me hace pensar de inmediato en Claudio Rodríguez y su respectivo don.
         El poemario inicia con el apartado “La piel es otro río”, compuesto por poemas en los que se presentan las experiencias sensoriales una y otra vez. En ellos, es el Todo quien gira alrededor de los sentidos y no al revés. Las cosas suceden por y para el sujeto lírico que observa, descubre y habla, como puede leerse en el poema de apertura: “Toca la voz el verde, nos llama respiramos verde mientras nos toca. La tierra pinta los sonidos” y después “erotismo que al tacto se inventa”. En otro texto, nos dice “flama que te toca, río que te besa”. En las páginas de este libro, “que poco a poco se comienza a poblar de sensaciones”, la piel sueña y el frío se convierte en una caricia. Uno de los poemas más hermosos del volumen es "El niño descubre el fuego", poema en prosa que, desde la perspectiva de un infante, da muestra del conocimiento del mundo a partir de la experiencia propia, de los olores y tactos de la vida diaria. El ser que toca al mundo, que lo siente para poder habitarlo. Como Search, entonces, Carrera mira al mundo para después tocarlo, para creer en él.
         Posteriormente, en el apartado “¿Por qué este mínimo fuego te lastima?”, el poeta recurre nuevamente a la memoria y a esas cosas que uno mira fugazmente, esas cosas que, en lo cotidiano, se extienden en los ojos como una pequeña epifanía: “Al tronar de unos huevos fritos / un rayo de mediodía atraviesa el polvo”, situación que es, sí, “por demás ordinaria” pero que guarda estrecha relación con la belleza –a veces invisible– que nos rodea. Señala el poeta entonces que la imaginación, aliada con los sentidos, permite levantar ciudades y universos, todo ello en una “época por demás épica (inocente)”: “El mundo no es solamente ese pájaro que se levanta e inventa las alturas   es también aquello que he imaginado”.
         En “Estas ruinas”, los poemas son un recorrido por la memoria de las manos: el tacto pasa a primer plano y cruza por el territorio de los cuerpos, el tacto entonces es cargado de belleza, de insinuación, de erotismo. La memoria va a la par con las manos. Todo aquello que el poeta nombra, todos esos cuerpos, esa arquitectura de carne y de recuerdos es “el mundo de lo que se toca”, que incluso, nos dice, está presente en la experiencia onírica, donde claramente imaginación y tacto van a la par. El apartado siguiente, “Manos que se abren”, rescata también la memoria, pero lo hace viéndola como un presente, como una sucesión de cosas que consumen al hombre poco a poco. Continúan también esas pequeñas epifanías, esas bellezas diarias que podemos encontrar en un vaso de vino, en la lluvia y el contacto con el agua, en el encuentro con el Cuerpo del Otro: “respiro la claridad que se filtra por la ventana hasta tu peso recostado”.
         “La caza que es el templo” contiene un poema solo, una escritura que va recreándose porque, recordemos, en este libro hay un “erotismo que al tacto se inventa”, y así va este único poema recreándose con el Eros en su cúspide: “Todos los sentidos hacia uno solo que fluye del tacto a la memoria / de tu lengua a mi sexo”, versos que, como la insinuación, el acercamiento amoroso, se rehacen para llegar al mismo fin: “de tu lengua a mi sexo / hacia uno solo que fluye del tacto a la memoria Todos los sentidos”. Vemos así el vaivén del poema, ese fluir de río que regresa hacia su origen. Para concluir, en el apartado “Sólo ausencia en el índice”, Fernando Carrera recapitula su búsqueda interminable, su fin que a pesar del tacto tiene como consecuencia la muerte: “Aquí estamos, lento morimos en el aquí que nos habita.”, y esta búsqueda no es otra cosa que la cíclica misión del poeta, la pregunta siempre sucediendo: “Soy apetito que no se resigna, metal ardiente en el centro de la duda: he jurado hundirme con mi barco”.
         Así, Donde el tacto es un libro de obsesiones verdaderas, un libro donde la madurez poética y la búsqueda inagotable dan como resultado un mapa sensorial, una postura corpórea frente al “misterio” del día a día, misterio que va del ojo hasta la memoria, única raíz de lo cantable.

DANIEL MEDINA
 (Mérida, Yucatán, 1996) estudia Literatura Latinoamericana en la UADY. En 2014, obtuvo el Premio INBA-CEDART de Poesía 100 años de letras mexicanas y el Premio Nacional de Poesía Joven Jorge Lara, así como la Mención Honorífica del Premio Internacional Caribe-Isla Mujeres de Poesía 2015. Poemas suyos aparecen en diversas revistas, antologías y suplementos culturales del México y el extranjero. Es autor de las plaquettes Mímesis para gusanos (2015) y Casa de las flores (2016).

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