TEXTOS CARDINALES El diario como laboratorio | Ricardo Piglia

 

En Gombrowicz lo privado es un espacio de tensión con el mundo, centrado en una idea antisentimental de la vida personal. Mantenerse siempre a distancia, ser el observador de sí mismo y de los otros, no permitir nunca que nadie se acerque demasiado.

La situación de Gombrowicz comienza lentamente a mejorar, y en 1952 la economía y la literatura se cruzan de otra manera. Empieza a colaborar en la revista Kultura, que los exiliados polacos publican en francés en París, y luego en Preuves. Le proponen una colaboración periódica y tiene una idea luminosa. Envía sus artículos bajo la forma de un diario. Así, puede dejar el banco y dedicarse exclusivamente a escribir. Pero además el Diario se convierte en el gran laboratorio de Gombrowicz. Descubre una forma amplia y existencial, como él la llama.
El Diario de Gombrowicz (como el de Kafka o el de Musil) es un ejemplo de la lectura de los escritores. «Alguien que no lleva diario no es capaz de valorar un diario correctamente», escribió Kafka.
     Fue la lectura del Diario de Gide, publicado en esos años, lo que decidió a Gombrowicz a usar esa forma. Obviamente, quería ser el anti-Gide y por lo tanto usar sus escritos íntimos para intervenir públicamente. El de Gombrowicz es un diario en público, para decirlo con Vittorini. Escribe sus lecturas, sus opiniones, interviene, polemiza, habla de su vida en Buenos Aires.
Desde luego, en esa obra única, en esas páginas que lo darán a conocer, registra el azar y la pobreza que definen sus lecturas.

Estoy condenado a leer únicamente los libros que me caen en las manos, ya que no puedo permitirme el lujo de comprarlos; me rechinan los dientes al ver a industriales y comerciantes que se compran bibliotecas enteras para adornar sus despachos, mientras yo no tengo acceso a las obras de las que haría un uso diferente.

Me hizo pensar en Auerbach, en las condiciones precarias que hicieron posible Mimesis, el gran texto de crítica del siglo XX, escrito en el exilio. Auerbach, el erudito sin bibliotecas; el crítico sin libros, que quizá por eso pudo escribir la obra maestra que escribió.
     El Diario de Gombrowicz está unido al exilio, a la desposesión. El Diario es el resultado de esa desposesión: el anti-Gide, el anti-Bioy Casares. Ninguna renta, ninguna propiedad territorial. El diario define su poética. «Mi diario quiere ser lo contrario de la literatura comprometida, quiere ser literatura privada».
Lo privado en Gombrowicz es el centro de su poética. Y a la vez no hay nada menos privado que ese Diario. En Gombrowicz lo privado es un espacio de tensión con el mundo, centrado en una idea antisentimental de la vida personal. Mantenerse siempre a distancia, ser el observador de sí mismo y de los otros, no permitir nunca que nadie se acerque demasiado. Lo que Gombrowicz llama los «sentimientos entre comillas».
Hace unos años en Buenos Aires circulaba una historia que contábamos siempre y que habíamos convertido en una consigna, una historia que nos permitirá, creo, acercarnos a la relación entre escritura y vida cotidiana en Gombrowicz. Todas las semanas, Gombrowicz se encontraba con el poeta Carlos Mastronardi, en un bar de Buenos Aires que se llama El Querandí. Carlos Mastronardi, uno de los grandes poetas argentinos, muy amigo de Gombrowicz, un hombre muy discreto, muy sutil; un noctámbulo, un admirador de Valéry. Cuando Mastronardi llegaba al bar, Gombrowicz ya estaba tomando el té y Mastronardi, muy calmo, muy tranquilo —no es posible imaginarlo de otro modo—, le decía «Buenas tardes, Gombrowicz». Entonces Gombrowicz le contestaba «Cálmese, Mastronardi», porque ya decirle «buenas tardes» le parecía un exceso de sentimentalismo latinoamericano. Cada vez que Mastronardi le decía «¿Cómo le va, Gombrowicz?», le respondía «¡Calma, Mastronardi!». Y nosotros usábamos esa expresión, «¡Calma, Mastronardi!», como una consigna política, como una especie de remedio para las pasiones desatadas en la Argentina.
Pequeños experimentos con la forma y la experiencia que van y vienen de su obra a su vida. El Diario es eso, una suerte de experimentación continua con la experiencia, con la forma, con la escritura. Y será el Diario, básicamente, el que dará a conocer a Gombrowicz. Y es uno de los grandes documentos de lo que podemos llamar el escritor como lector. Porque es también la historia de sus lecturas, de esos pocos libros que conseguía por azar, de los cuales hace un uso extraordinario, y en ese sentido es, yo diría, una obra única, quizá su obra mayor.
Recién ahora el Diario se ha publicado completo en castellano, por fin. Estaba completo en inglés, en francés, en italiano y en polaco desde luego, pero no en español hasta este año, y me parece que es una deuda que tenía nuestra lengua con ese libro. Porque para volver a la relación de Gombrowicz con el castellano, que está en el origen de esta conferencia, y para terminar estos apuntes, hay una escena que me gustaría recordar. Es otra vez una escena lateral, menor, que sin embargo condensa redes múltiples de la cultura argentina, y no solo de la cultura argentina.
En 1960, Gombrowicz tiene una entrevista con Jacobo Muchnik, uno de los grandes editores en la Argentina, el director de Fabril Editora, que publicó lo más interesante de la literatura europea y norteamericana de esos años, como El cazador oculto de Salinger o La modificación de Butor y también El astillero de Onetti. Entonces, por recomendación de Ernesto Sabato, que iba a publicar Sobre héroes y tumbas en esa editora, Muchnik recibe a Gombrowicz y le propone publicar Ferdydurke, que no se había reeditado desde 1947, en Los Libros del Mirasol, una de las primeras colecciones de libros de bolsillo en América Latina, una colección popular muy buena, donde entre otras cosas habían aparecido El sonido y la furia de Faulkner y El largo adiós de Chandler. Muchnik, que cuenta esta historia con mucha sinceridad en sus recuerdos de Gombrowicz, le propone hacer una edición de diez mil ejemplares y le ofrece como anticipo un tercio de los derechos. «Eso es lo de menos», le contesta Gombrowicz. «Yo estoy dispuesto a autorizarle esa edición, si usted se compromete a editar otro libro muy importante que estoy escribiendo. Ustedes me hacen un contrato de edición del Diario argentino, y yo les autorizo a editar Ferdydurke». Muchnik le responde que no puede comprometerse sin haber leído el libro. Y entonces, cuenta Muchnik, «sin quitarme los ojos de encima, Gombrowicz se llevó las manos al bolsillo del saco, extrajo un par de páginas escritas a máquina y me las alcanzó por encima de mi escritorio». Muchnik le sugiere que se las deje para leer. «No», insiste cortante Gombrowicz. «Dos páginas se leen en un momento, léalas ahora, yo espero». Entonces Muchnik se pone a leer, con Gombrowicz delante, y «ese texto», dice Muchnick,

me atrapó desde la primera frase. Pero cuando terminé de leerlo le dije, bueno, es extraordinario, pero no puedo comprometerme a publicarlo sin conocer todo el libro. Gombrowicz no me respondió, se puso de pie. Por encima del escritorio me quitó sus dos hojas, murmuró algo que no sé si fue un insulto o un saludo de despedida, y sin más giró sobre sus talones y se fue.

Prefirió no reeditar Ferdydurke, no recibir el dinero del anticipo que seguro necesitaba porque quería ver publicado el Diario argentino. Y están esas dos páginas escritas en castellano. Un pequeño enigma: ¿qué páginas eran esas, quién las había traducido?, ¿o Gombrowicz las escribió directamente en castellano?…
Algo de la ética de nuestra literatura está en esa escena. Y algo que nos incumbe a todos nosotros y a nuestra tradición literaria está en la historia de la relación de Gombrowicz con la lengua argentina.

Del libro Antología personal (2014).

RICARDO PIGLIA nació oficialmente en Adrogué, Buenos Aires, en 1942. Cuando aún no había cumplido los dos años de edad, imitando a su abuelo, cogió un libro de la biblioteca y salió a leerlo a los escalones de la casa. En algún momento se acercó un señor y le hizo ver que sostenía el volumen al revés. Un señor que podría ser Borges. En ese momento comenzó una de las escisiones más fértiles de la literatura contemporánea. Por un lado, Ricardo Piglia, el futuro escritor y crítico y profesor, que leía a contracorriente, que leía al revés. Por el otro, Emilio Renzi, el personaje, el protagonista de tantas ficciones, pero también del diario, el otro, el mismo. Piglia es autor de ensayos, relatos breves y novelas, caracterizándose en estas últimas por su lirismo. A lo largo de su carrera ha recibido numerosos premios y galardones, como el Planeta de Argentina, el José Donoso, el Rómulo Gallegos, el Hammet de Novela Negra, el Konex o el Formentor de las letras, entre otros. De entre su obra habría que destacar títulos como Jaulario, Blanco Nocturno, Respiración artificial o Plata quemada, entre otros.

Fotografía | El universal

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